¿A alguien realmente le importan las ballenas? ¿Salvar los bosques tropicales? ¿El feminismo? Obviamente, al grueso de la población estos temas les son completamente indiferentes, incluidas las personas que se dicen promotoras de dichas causas nobles y justas. Sin embargo, el mundo donde la gente gusta aparentar que son individuos con motivaciones de ayudar al prójimo se presta para una merecida sátira, una que exponga la hipocresía y charlatanería de estos individuos, la mayoría de clase media alta, que saben que viven en una farsa, pero creen tanto la mentira que ya no pueden distinguir entre la realidad y la fantasía de la “justicia social”.
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The Square - 100% pretende tomar a estos círculos sociales, a estos personajes tan lamentables y hacer una deliciosa farsa de sus vidas y constantes contradicciones. Realizar este tipo de ejercicio no es algo nuevo para el realizador sueco Ruben Östlund, quien en su anterior largometraje (Fuerza Mayor - 93%) también hacía un comentario sobre la fragilidad de la cotidianidad de pareja, además de una exploración de la masculinidad y lo que significa ser visto como hombre ante la sociedad. Mi tocayo realizaba esto con humor, muchas veces a costillas de sus personajes, pero jamás con el desdén y hostilidad que presenta un Michael Haneke cuando critica a lo que considera una “burguesía tóxica”. The Square, La Farsa del Arte - 80% es en extremo ambiciosa con sus más de dos horas de duración y su gran cantidad de situaciones, varias que rayan en lo absurdo.
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La premisa parte además de la escena del arte contemporáneo, la cual pide a gritos ser objeto de mofa ante su arrogancia y disonancia cognitiva. El mundo del arte moderno es quizás una de las mayores farsas de la actualidad, con exposiciones sobre temas “sociales” que no pasan de ser pantomimas posmodernas y plataformas para que hipsters sin talento ni noción del arte pinten unos botes o cubetas de colores, amarren un ladrillo a una lámpara y lo llamen “arte”. La imagen con la que abre la cinta es precisamente la destrucción de un antiguo monumento, el cual es reemplazado por el cuadrado que da nombre a la película, una obra “conceptual” de un artista que busca crear un “espacio seguro” en el que se celebra la igualdad y las nubes color de rosa y demás bobadas que los "progres" de espíritu creen firmemente.
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Christian (Claes Bang) es el curador de arte del museo que hospeda esta, ahem, “obra” y su vida es interrumpida por el robo de su celular. El culpable aparentemente vive en un edificio atestado de migrantes de medio oriente. Este suceso, su relación fugaz con una reportera y la susodicha obra, acompañada de una campaña viral ideada por dos despistados millenials, son los elementos centrales de este relato que busca hacernos ver, como lo dice el título en español, la farsa que puede ser el arte y las personas que viven de dicha farsa. Otra imagen que vemos constantemente es la de indigentes en las calles de la muy desarrollada nación sueca, esto a la par que vemos a personas solicitando activamente apoyo para “ayudar a los necesitados” en campañas triviales de las que abundan en sitios web. La sutileza no es una de las cualidades del director y eso es su mayor cualidad y su más grave defecto.
Christian no es un mal tipo, pero claramente carece de un contacto con el mundo real. El cuadro representa esa burbuja en la que vive y la realidad irá a golpear y romper su “espacio seguro”. La cinta constantemente confronta al protagonista con situaciones incomodas, además de retratar al resto del equipo del museo como otro grupo de individuos igualmente desconectados. Sin embargo, la película parece insistir demasiado en puntos bastante vagos y pierde la brújula cuando busca abordar todas estas subtramas a la vez. El incidente del celular hará que Christian realice una estrategia temeraria y tonta para recuperarlo, lo que despierta la ira de un personaje que de momentos parece un chiste y de momentos parece ser parte de algo más serio. Esta subtrama es insistente, así que se vuelve un fiasco ver como eventualmente deriva en algo inconcluso y totalmente anticlimático. El guión no puede decidirse entre ser totalmente una burla o una reflexión seria y, aunque varias veces intenta ser ambas, no termina por resolver bien ninguna de estas dos narrativas. Irónicamente, la cinta parece convertirse en eso que quiere criticar: el discurso pomposo y regañón hacia la audiencia, un discurso que se siente tan hueco como la descripción del mentado cuadro incluyente de este museo posmoderno.
A pesar de haber varios momentos logrados, otros le meten el pie a la película (un performance que se sale de control parece nunca tener verdaderas repercusiones). En resumen, la suma de sus partes no logra hacer que The Square, La Farsa del Arte - 80% triunfe como debería y justifique haber ganado el máximo galardón del festival de cine más importante del mundo. Las buenas intenciones no se dudan, pero de eso está pavimentado el camino al infierno.
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