Una célebre periodista, que hace malabarismos con su ocupada carrera y su vida personal, sufre un vuelco en su vida debido a un extraño accidente automovilístico.
La partitura de Christophe incluye una brillante repetición de suspiros melancólicos, presentados en los momentos adecuados para subrayar el equilibrio único de la tristeza de Francia y nuestra alegría.
Un despiadado Bruno Dumont pone una lupa sobre las ambiciones discordantes y la toma de conciencia de la verdad molesta del estado de un país y de sus almas.
Dumont construye el viaje de degradación sentimental y moral de su protagonista, harta de la fama, a través de planos frontalísimos, que aíslan el busto de la mujer y enfrentan su mirada pétrea a la nuestra.
El director merece crédito por evitar respuestas fáciles o resoluciones fáciles, el tipo de historia de redención barata a la que los directores menores podrían haberse aferrado.
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