Cuando se encontraron, allá por 1962, François Truffaut y Alfred Hitchcock hicieron algo más que conversar largo y tendido sobre las películas del maestro de suspenso inglés. Al reunir sus diálogos en forma de libro impulsaron todo un género. Hay muchas formas de abordar por escrito el cine, pero a partir de entonces los volúmenes de entrevistas con un director son poco menos que insoslayables: no sólo resultan instructivos, sino también -y sobre todo- entretenidísimos.
Es el caso de Lynch por Lynch, que sigue aquel modelo con la lealtad debida a los clásicos. El encargado de abordar a David Lynch, director estadounidense tan personal como controvertido, se llama Chris Rodley, un entrevistador perspicaz. Se habla de la infancia, la juventud y la formación para luego desglosar, capítulo a capítulo, cada película del factótum de Twin Peaks. Lo biográfico se combina con el imaginario fílmico, lo anécdotico con lo técnico, el razonamiento atento con la digresión, esbozando, en el vaivén de pregunta y respuesta, un perfil escurridizo.
Cualquiera que haya visto sus perturbadoras y tortuosas películas, ya sea Terciopelo azul (1986) o Mulholland Drive (2001), seguramente se preguntará por el temperamento de Lynch. ¿Será un huraño de pocas palabras, un fetichista sinuoso? Nada de eso. Lynch se muestra en esencia como un tipo campechano, orgulloso de haber venido al mundo en la Montana profunda, aunque haya crecido, en realidad, al borde del nomadismo, siguiendo la estela de los trabajos científicos de su padre. Todavía parece sorprendido de haberse dedicado al cine cuando su primera vocación (que persiste) era la pintura. No tiene inconvenientes en discurrir sobre sus gustos cinéfilos (de Herzog a Jacques Tati) ni de contar cómo fue que tardó cinco años, con paciencia de becado pobretón, en redondear Eraserhead, un primer largometraje que fue haciendo su lenta fama en las funciones de medianoche.
Lynch no es esquivo, excepto cuándo se le pregunta por la interpretación de tal o cual escena oscura, que no sólo son legión, sino también la piedra basal de sus películas. Más de una vez asegura no saber por qué las cosas suceden como suceden: apenas "sentía" que debían estar donde están. Las revelaciones, en todo caso, brotan por la tangente: se entienden mejor las fuentes de inspiración de su cine cuando habla de la relación extrañada que cultiva desde siempre con el mundo, su fascinación por los elementos sonoros, el recuerdo sin nostalgia de los años cincuenta, su angustiosa relación con la palabra, el misterio de los Estados Unidos profundos, y un sinfín de subtemas. Todos esos hilos conducen a una certeza: que en la realidad se esconde, siguiendo la lógica del sueño, algo ominoso, incomprensible.
A ese autorretrato del artista como freak sociable que sigue sus impulsos, cuesten lo que cuesten, se agregan reflexiones sobre su cinematografía y su manera de encarar el oficio. Lynch no le teme a la frase ingenua pero certera, ya sea para definir una película ("Es como un sueño de extraños deseos envuelto en una historia de misterio", dice de Terciopelo azul) o una escena inquietante ("el cine siempre es voyerismo", afirma sobre el momento en que Jeffrey, en el mismo film, observa desde el interior de un armario, a Dorothy Vallens y el aterrador Frank Booth). Del mismo modo, desmenuza, sin arruinar su misterio, Corazón salvaje, Carretera perdida o la insólita -por lo directa- Una historia simple. Está lejos, por lo demás, de ser avaro con sus colaboradores: llueven elogios sobre Angelo Badalamenti (su compositor de cabecera) o al escritor Barry Gifford.
Lynch por Lynch tiene, más allá de su potencia, un desajuste temporal: publicado en inglés hace más de diez años, alcanza sólo hasta Mulholland Drive. No trata la posterior Inland Empire (2006) ni, por supuesto, la tercera temporada -hoy en curso- de Twin Peaks. A falta de ese vacío, figura un productivo capítulo sobre la serie que en 1989 revolucionó, no sin conflictos, la televisión. Cómo sobrevivió el vanguardista Lynch a ese medio ultraconservador es uno de los enigmas a los que el volumen compilado por Rodley da una respuesta ácida, pero tentativa. Sólo falta saber la continuación: ¿por qué decidió volver?
LYNCH POR LYNCH
Por David Lynch
El Cuenco de Plata. Trad.: Elena Arguedas González. 350 págs., $ 420
Después de dejarles esta reseña quería saber ¿Opinan de este director? Quisiera una opinión personal de cada uno de ustedes sobre él.