En las profundidades de un Gotham enfermo de basura en las calles, lucha de clases al borde del colapso, encabezada por una aristocracia y burguesía que se asumen superiores al resto de la gente –la distribución de la riqueza encaminada al capitalismo salvaje–, un hombre humillado, burlado y degradado por los que le rodean debido a los crímenes inferidos por sus propios seres queridos así como por su condición mental, cada vez más delicada y desatendida, en una sociedad donde se ha normalizado la subyugación, se convierte de manera gradual en una fuerza incontrolable de caos, hasta convertirse en un huracán sedicioso que derriba todo a su paso —iniciando por su vida íntima y el (pútrido) espacio familiar. Podemos decir que Joaquin Phoenix está poseído por el príncipe payaso del crimen, la metáfora contemporánea de Chíchikov pop prohijado por Estados Unidos los últimos 35 años: el Guasón.
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Todd Phillips (cuyo hito en el séptimo arte había sido hasta ahora la trilogía ¿Qué pasó ayer?) sitúa su historia a principios de la década de 1980. Por primera vez Nueva York es Gotham –la ciudad modelo siempre fue Chicago–, y el cineasta filma las calles llenas de basura como si fueran las que recorre el taxista de Taxi Driver - 98%, Travis Bickle (Robert De Niro). (De hecho, Robert De Niro invierte los roles de su personaje en El Rey de la Comedia - 91% y aquí es el presentador objeto de admiración de Rupert Pupkin.) Entre el tumulto y la suciedad del lugar aparece la delgada y desmadejada silueta de un hombre pobre vestido de payaso que gira un letrero, con cierta (des)gracia circense que anuncia la liquidación de una tienda de instrumentos musicales. Presenciamos cómo se inicia la caída a punta de sociedad zambutida en suciedad de Arthur Fleck (Phoenix), quien vive solo con su madre (Frances Conroy) en un ámbito sórdido de lo que la metrópoli más desprecia: los individuos vulnerables. Tiene una enfermedad neurológica que le provoca ataques de risa incontrolables, carcajadas que asemejan el sonido de las hienas, una risa que le lastima la garganta y que incomoda a la gente, lo que deviene en el desprecio. Su condición esquizoide le dificulta distinguir la realidad de sus fantasías, especialmente cuando se trata de su vecina (Zazie Beetz).
Arthur trabaja de payaso y quiere ser comediante como su ídolo Murray Franklin (Robert De Niro) pero el talento no está ahí, y tras el amasijo de pintura se siente menos observado, hace payasadas en fiestas infantiles, es alegre, es dulce, es responsable, cuida de su madre como si de una niña pequeña se tratara, aunque sobrevive apenas en medio de un sistema colapsado. Vive medicado y atribuye su tristeza y pensamientos negativos a los químicos. Tras una serie de eventos desafortunados que tornan hiperbólicas en decadencia las de por sí espantosas circunstancias, Arthur pierde su trabajo, descubre secretos que terminan de disparar la ira acumulada hasta que gradualmente se convertirá en el ser macabro, apasionado por el homicidio descarnado, que el mundo del cómic conoce perfectamente. Es difícil decir más sobre el aumento del horror y la locura del personaje de culto sin spoilers. La historia, inspirada en parte en dos de las obras más emblemáticas de Joker: Batman: Killing Joke de Alan Moore y The Man Who Laughs de Victor Hugo –sí, con vínculo directo a la obra del autor francés de Los Miserables–, tiene guiños constantes a The Dark Knight Returns de Frank Miller , e incluso parte de los aciertos logrados por Nolan cuando abordó a Batman por vez primera.
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El Guasón - 91% de Phillips escribe su propia leyenda al dibujar solo unos pocos elementos de ambas obras para construir su propio camino. Es decir, como en las mejores relecturas de grandes obras narrativas o el jazz, el punto de partida es leal en un tema, pero poco a poco se transforma por obra de la reinterpretación. El nuevo proyecto de DC sorprende al separarse del arco de Killing Joke (al que más se acerca). La primera escena del metro es una pequeña lección de puesta en escena con la música angustiante de Hildur Guðnadóttir que acompaña el ritual de conversión, de aceptación de Arthur frente una posibilidad irrefrenable de visos dionisíacos. Posee cierta poesía en su exploración de la asunción de la locura del protagonista, como cuando el director retrata esa transición a través de un baile macabro y siniestro, al estilo de la belleza del ankoku butō, la danza de la oscuridad de Kazuo Ohno y Tatsumi Hijikata. Esta lírica fílmica infiere con escalpelo una sociopatía radical, donde la brutalidad es protagonista.
¿Qué es lo que dibuja a este Guasón de manera nítida y consecuente? Bueno, Phillips lo transforma en metáfora de los Maestros de la Sospecha: Marx, Freud y Nietzsche (en ese orden), todo en un licuado que tiene como ingrediente inusitado la demencia. De Marx tenemos cómo la lucha de clases, la opresión socioeconómica y el colapso político de una ciudad, finalmente aplastan al individuo, deprimen y tensan su conciencia hasta dejarla abolida. Es decir, le imponen una conciencia de inferioridad y resentimiento acumulado. La presión ocasiona caos y reduce la lucha de clases a una revolución donde la violencia es inevitable. En medio de esto, Arthur Fleck, golpeado, humillado y subyugado como parte de una clase baja que no merece su lugar en el mundo según la aristocracia. De Freud la (des)composición de la mente como una máquina trastornada por la represión de un inconsciente que guarda los entuertos de la sociedad pero, sobre todo, del ámbito familiar, de una pesadilla hogareña a la cual ha bloqueado a punta de pastillas y cercos mentales.
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Ahí la condición de Edipo en el amor a la madre y la necesidad de un padre frente a su ausencia, la inseguridad como consecuencia de la represión de los deseos. Se trata de una conciencia moldeada por el maltrato, el abuso, la manipulación, la convivencia con una persona perturbada, la incomprensión y la amonestación del inconsciente. De Nietzsche, se evidencia el resentimiento del débil como la principal tara, como una forma de contener la fuerza de las pasiones y aceptar que los que son incapaces de vivir por sus propios medios, someten al prójimo para encadenarlo a sus prejuicios y valores —construidos, evidentemente, para su beneficio moral, ético y beneplácito creador.
Finalmente, el Guasón desenmascara a la ideología hipócrita y convenenciera de la aristocracia y la burguesía a través de la televisión, y se vuelve en la prueba de lo fallido del sistema, la arbitrariedad del sistema penitenciario y psiquiátrico (¿cómo es posible que una demente como Penny Fleck tenga custodia de un menor así como así después de las atrocidades que comete?); mata al padre (o al menos a la figura paterna que a él lo ilusionaba) y se rinde al principio del placer (bueno, no es secreto ni spoiler que al Guasón le gusta matar salvajemente); y así, Arthur Fleck supera el rencor y la autocompasión por medio del abandono a la intemperancia y la fuerza del espíritu dionisíaco, con negación de cualquier utopía ( para volverse un icono de la libertad pura que tanto pregonaba Sartre —aunque en su versión oscura.)
En Guasón - 91% el ruido y las peleas son elementos naturales de la ciudad podrida, en la que la línea de ricos y pobres más bien es un muro de violencia y subyugación del sistema. La acción aparece como producto de la angustia y la frustración. Así, la fórmula inicial de Todd Phillips se afinca en herir y podrir a la misma cultura pop, casual y espectacular de las más recientes películas de la propia DC y Marvel, derivando una reflexión aguda sobre la sociedad contemporánea, una crítica al poder de los medios, a las élites políticas y su natural desdén por los menos privilegiados. Guasón - 91% convierte el sueño americano en una pesadilla anárquica, y es aquí donde el personaje de Joaquin Phoenix parece más un híbrido de los dos antihéroes de dos películas de Scorsese: el de Taxi Driver y el de El Rey de la Comedia, hombres invadidos por un radicalismo llevado al extremo.
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Phillips no tiene empacho en alinearse a la tradición de Scorsese, Sidney Lumet, Francis Ford Coppola, Sam Peckinpah. Su Guasón evoluciona en gran medida a la extraordinaria interpretación de Joaquin Phoenix. Con un cuerpo llevado al borde de la imposibilidad (se trata de un hombre delgado que proyecta debilidad, pero también una fuerza y resistencia a punto de salir a flote) prácticamente demacrado, que también puede bailar con una gracia singular. Phillips crea un cuento oscuro, como la infancia del Pingüino en Batman Regresa - 81% (1992) de Tim Burton, con pasión por el detalle, en clave de novela.
Existe un temor en Estados Unidos sobre el efecto de una posible emulación de la violencia en la cinta, una que podría hacer posible que personas manipulables se identifiquen con el protagonista, un quebrado Arthur Fleck, y a modo de justificación actúen de la misma manera que el despiadado loco enemigo de Batman. Curioso. La misma reacción de Thomas Wayne y Alfred en esta película. Cualquier parecido con la trumpalidad, es mera farsa bufona.
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