En el cine siempre resulta un gran acierto cuando una adaptación literaria logra emparejar o superar la calidad del libro, sin embargo, El Jilguero - 32%, la nueva cinta de John Crowley, basada en el bestseller de la escritora Dona Tartt, termina recordándonos que no importa cuántos premios o ventas consiga una novela, eso no siempre va a garantizar una buena película, ya que el resultado depende más de las habilidades del guionista y del director. Además, existen libros que por su nivel de complejidad, extensión o por no haber sido pensados para un formato cinematográfico se vuelven aún más complicados de traducir a la pantalla grande.
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El Jilguero se centra en la vida de Theodore Decker, un joven que en su pubertad perdió a su madre de manera trágica tras un atentando en el Museo Metropolitano de Nueva York y del cual él logró salir ileso. A partir de ese momento, Decker carga con la culpa y los fantasmas de su pasado que lo persiguen durante la adolescencia y hasta la vida adulta. Una odisea en la que Theo se enfrenta al dolor y a los traumas que lo definen. Sin embargo a lo largo de ese tiempo también lo ha acompañado una misteriosa pintura de un pájaro, la cual poco a poco irá tomando mayor relevancia para él.
El argumento parte de un conflicto interno de personaje y con este tipo de novelas se vuelve complejo hablar de adaptación. Los principales problemas de esta película se encuentran en el guión. Además de que el director tampoco utiliza las herramientas necesarias para adentrarnos en la mente del personaje principal. Deambula por distintos géneros a lo largo del relato, pasa por el thriller, el drama, el romance, la acción e incluso a ratos se reposa en situaciones de comedia involuntaria. Los diálogos resultan sobrexplicativos para cubrir todo lo que pareciera se limitaron a adaptar del libro.
A diferencia de la novela, la película utiliza una estructura no lineal para contar el pasado y presente de su protagonista, pero esto no logra aportar demasiado ya que por momentos se llega a sentir que estamos viendo dos historias diferentes. Aun si la intención era generar mayor sorpresa, no se consigue y con esto la cinta solo continúa siendo más sobrexplicativa. La estructura también está cargada con demasiadas subtramas que no consiguen el tiempo necesario para ser desarrolladas y se presentan de manera superficial. Finalmente lo único que pareciera unir a todos los hilos que se abren es la pintura de El Jilguero.
La cinta cuenta con un reparto de primer nivel, el cual resulta completamente desaprovechado como las posibilidades que tenían sus creadores con este bestseller. Nombres como los de Ansel Elgort o Nicole Kidman, terminan por ser más un gancho publicitario que actuaciones memorables. Por su parte, Kidman intenta ser brillante como siempre, pero su personaje no se lo permite del todo. Vale destacar que el departamento de maquillaje realizó un extraordinario trabajo con su caracterización en ambas épocas, pero probablemente sea una de las actuaciones menos recordadas en la carrera de esta ganadora del Oscar.
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Quienes pasan sin pena ni Gloria son Sarah Paulson y Luke Wilson, con personajes planos y diálogos inverosímiles con los que apenas consiguen hacerse notar en el par de escenas que participan. La actuación de Oakes Fegley es quizá lo mejor que puede entregarnos la película, pues a su corta edad impresiona por las capacidades histriónicas al interpretar al joven Decker; en él radica el corazón del film y su personaje en la infancia resulta más interesante que el que interpreta Esgort en la etapa adulta.
Otro de los aspectos que sí vale la pena destacar es el impecable trabajo de fotografía a cargo del ganador del Oscar, Roger Deakins , quien logra generar momentos cálidos y nostálgicos para las escenas más emotivas, así como encuadres que expanden la soledad y al vacío en el que se sumergen los personajes. Aún así la propuesta visual no logra esconder las fallas que presenta el guion que estuvo a cargo de Peter Straughan ni las decisiones tan imprecisas de Crowley en la dirección, pues el director no logra repetir las mismas habilidades que había demostrado en Brooklyn - 97% o en Boy A - 88%.
149 minutos no fueron suficientes para lograr un producto convincente, que aunque puede resultar entretenido por ciertos momentos, nunca emociona realmente. Raya constantemente en el melodrama. Por momentos consigue destacar el valor de la amistad para hacerle frente a los problemas de la vida, pero tampoco ahonda demasiado en el tema. Logra generar ciertas expectativas apoyándose en una pintura que funciona como Mcguffin, pero una vez que llega su apresurado tercer acto, las buenas intenciones de esta película se desploman de manera decepcionante y el fin no justifica los medios. Una historia que quizá por su extensión hubiera sido más efectiva como una serie de televisión o que tal vez solo funciona bien en su formato literario.
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