En su primer largometraje de ficción, Sacúdete Las Penas, el director Andres Ibañez Diaz Infante narra la historia de un hombre recién ingresado en la tristemente célebre cárcel de Lecumberri, y quien busca sobrevivir en ese lugar aunque no tiene idea de cómo hacerlo y se halla muy asustado. Para su suerte González, otro preso que lleva más tiempo en ese lugar se apiada de él, poniéndole bajo su protección.
Mientras ambos trabajan en la librería del lugar, el veterano reo le pone música en un tornamesa, y comienza a narrarle la historia de un legendario convicto encerrado en ese penal años atrás. Es así como entra a escena Pepe Frituras, un joven encarcelado por una falsa acusación, y quien se las arregló para sobrevivir a la dura vida tras las rejas (y eventualmente, encontrar una forma de evadirse de ellas) gracias a su pasión: el baile.
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Es así como el relato de Sacúdete Las Penas se divide en dos tiempos: el pasado, donde conocemos los pormenores de la vida y desventuras de Pepe Frituras (llamado así por ganarse la vida haciendo churros), y el presente, en donde se muestra como se desarrolla la relación entre González y el novato, la cual tomará un giro inesperado al revelarse la verdadera identidad del primero.
Ibáñez Díaz Infante intenta crear un drama carcelario al estilo de las películas clásicas de la llamada Época de Oro del Cine Mexicano, combinándolo con un relato de romance y números musicales a lo Baile Caliente - 71% o Baila Conmigo. Una apuesta un tanto original y arriesgada, pero que no consigue cuajar bien a causa de diversos factores.
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Uno de ellos se genera desde el propio relato, donde se plantean situaciones que no se resuelven de forma apropiada, líneas argumentales las cuales son abandonadas sin mayor explicación, y otras más que simplemente son irreales y absurdas. Sin mencionar el desenlace abrupto y un tanto inacabado, sobre todo en lo referente a la propia historia de Pepe Frituras y su supuesto intento de fuga. Cierto es que se emplean los elementos principales de los más recordados dramas carcelarios del cine (desde Nosotros, los pobres hasta Sueño de Fuga), pero la falta de pericia y claridad en el desarrollo hace que estos sean desaprovechados, y esa parte queda plasmada en pantalla a un nivel muy superficial.
Lo mismo acontece con la que debía ser la parte fuerte del filme (y la más publicitada de esta producción): los números de baile, los cuales carecen de naturalidad y no logran ser ni sorprendentes ni emocionantes, y se quedan apenas al nivel de las rutinas que figuran en programas de concursos al estilo de Bailando por un sueño. Por añadidura, la pasión desbordada que surge entre Pepe Frituras y María, la hija del director de la prisión es poco creíble e inverosímil, incluso desde su planteamiento: ¿Quién va a creer que el director de una prisión va a permitir que uno de sus reos -acusado de abuso sexual, por cierto- le de clases de baile a su hija, a solas y sin vigilancia, en una habitación del mismo penal?
Otro problema radica en el casting de sus personajes principales. Con excepción de las intervenciones del personaje de González (interpretado por Gustavo Sánchez Parra) el resto de los personajes principales son grises y un tanto fríos, transmitiendo poca emoción al espectador. En contraste, su galería de personajes de apoyo son más competentes e incluso destacables (como pasa con Carlos Valencia en el papel del Pirrurris). Mención aparte merece el actor Hernán Mendoza, quien repite su papel de presidiario bonachón como el que interpretó en La 4ª Compañía - 93%, pero con acento cubano.
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Sin embargo, donde cojea más Sacúdete Las Penas es en lo tocante a la producción, la cual de entrada se percibe más próxima a la de cualquier producto televisivo que a la de uno cinematográfico. Y sobre todo, falla en lo correspondiente a la recreación de época que deja mucho que desear, notándose incluso varios anacronismos en vestuarios, modismos usados por los personajes, y hasta en los propias escenas de baile, como ocurre en una donde se ve a varios presos ejecutando pasos de Break dance ¡cuando la historia se supone que sucede en el México de los años cincuenta! Si tales anacronismos no fueron intencionales, denotan descuido por parte del coreógrafo y el responsable de la recreación de época por no notarlos. Si por el contrario, fue una decisión intencional y calculada, revela que el cineasta intentaba acercarse a un público más joven, pero lo hace de un modo muy burdo y que termina por ir en detrimento de la veracidad de su propia obra.
Todos estos aspectos en conjunto, apuntan a que aunque el director tenía muy claro cual era el meollo del asunto de su película -El arte como medio para evadirse de una dura realidad-, su ejecución y el tono elegido para la misma no fueron los más acertados, desembocando en un largometraje artificioso, carente de ritmo, de equilibrio, e incluso de emoción, que llega a caer en el humor involuntario y -sobre todo- escaso en coherencia, provocando que su mensaje esencial se diluya y se vuelva un tanto ambiguo y hasta intrascendente. Un filme que crea expectativas que no logra cumplir satisfactoriamente, y queda como un bienintencionado pero fallido trabajo.
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