En junio del 2003, en un par de cines de Los Ángeles California, se estrena The Room - 32%, primer largometraje de un perfecto desconocido llamado Tommy Wiseau, el cual fue destrozado por la crítica de ese entonces y calificado como una de las peores películas de la historia. A pesar de su mala reputación - o mejor dicho, gracias a ella-, de boca en boca se esparció el rumor y poco a poco, más gente empezó a verla (sobre todo cuando inició sus corridas nocturnas), desarrollando un culto especial hacia el filme.
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Diez años después de ser estrenada, el actor y modelo Greg Sestero junto con el periodista y crítico Tom Bissell , editan The Disaster Artist: My Life Inside The Room, the Greatest Bad Movie Ever Made, un libro en el cual recopilan las memorias y experiencias del primero durante y después de la producción y rodaje de la que ha sido considerada El Ciudadano Kane - 100%de las malas películas. En 2014, Point Grey Pictures (la productora del actor Seth Rogen) adquiere los derechos de dichas memorias para su adaptación al cine, la cual es llevada a cabo por el actor -y cómplice de Rogen en diversas andanzas- James Franco, quien además interpreta al propio Wiseau.
Las más de 260 páginas de la obra literaria son condensadas en un guión de poco menos de dos horas, el cual se centra principalmente en la relación amistosa y profesional de Greg y Tommy desde el día que se conocen en una clase de actuación, quedando el primero fascinado con la personalidad -misteriosa y llena de seguridad- del segundo. Después de reunirse varias veces, deciden dejarlo todo y abrazar de lleno su profesión de actores, por lo que se mudan a Los Ángeles en aras de conseguirlo.
Tras dirigirse a diversas agencias y tocar puertas aquí y allá, sus carreras parecen no ir a ninguna parte. Desalentados y un tanto frustrados por la situación, Sestero bromea con la idea de hacer su propia cinta, pero Wiseau lo toma en serio, y pasa las siguientes semanas trabajando obsesivamente hasta terminar lo que será el primer guión de The Room - 32%. Una vez concluido esto, decide poner manos a la obra y filmarlo.
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Aquí es donde radica la parte más divertida y efectiva del relato: desde un primer momento Tommy da indicios de saber poco o nada de lo que significa producir y dirigir un filme, y comienza a tomar toda serie de decisiones descabelladas: compra todo un equipo de filmación en lugar de solo rentarlo, decide rodar tanto en 35 mm como en formato digital (sin saber a ciencia cierta cual es la diferencia entre uno y otro), contrata actores y personal de formas arbitrarias, y en lugar de aprovechar para realizar algunas escenas en locaciones exteriores, decide -de manera innecesaria- construir sets idénticos con una pantalla verde al fondo, para agregarle luego paisajes.
La cantidad de disparatadas decisiones del director/productor/actor solo rivalizan con lo pésimo del guión, repleto de diálogos inconcebibles, situaciones que carecen de sentido, escenas gratuitas - y reiteradas- de sexo soft y en general, una falta de coherencia. Para coronar la situación, a Wiseau se le olvidan continuamente sus diálogos, esta sobreactuado todo el tiempo, y -para colmo- le dan arranques de diva los cuales no solo dilatan el rodaje, sino que van enrareciendo el ambiente de trabajo y minando la amistad entre Tommy y Greg, sobre todo cuando este último abandona oportunidades laborales y amorosas por seguir un sueño que, poco a poco se torna en algo similar a una pesadilla.
La agridulce comedia propuesta por Franco por un lado lleva al espectador a los entretelones del rodaje de uno de los iconos del cine Trash de este siglo, recreando algunas escenas emblemáticas de The Room -esas especialmente vitoreadas y celebradas con carcajadas por parte de sus seguidores- reconstruyendo tanto las extravagantes condiciones en que se filmaron, como los conflictos y situaciones delirantes imperantes en cada una de ellas.
Por otro lado, el cineasta aborda la entrañable amistad de dos personajes quienes comparten el mismo anhelo: forjarse una exitosa carrera en Hollywood. Y como, de manera gradual, se dan cuenta que aunque tienen la misma meta, sus métodos para llegar a ella difieren, acarreándoles conflictos que al incrementarse ponen su relación personal a prueba.
Asimismo, Franco aprovecha la inigualable oportunidad que el guión de Scott Neustadter y Michael H. Weber le plantea, usando a modo de espejo la dicotomía director-actor, prestándose a un lúdico juego de espejos con (y como) el propio Wiseau, apropiándose de (y reinterpretando) su aura de misterio, su egocentrismo y neurosis, edificando a partir de ellos un largometraje que reverencia y al mismo tiempo ser ríe del autor y su obra, en una balanceada combinación de sensibilidad y sátira bien controlados. Aunque en su desenlace, termina por inclinarse a favor de la innegable simpatía que siente por su personaje central.
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De ese modo, The Disaster Artist: Obra Maestra - 94% es una carta de amor a ese cine mal hecho producido con más corazón que cerebro, y que justo por ello termina por volverse significativo. Una carta de amor especialmente hilarante y cáustica por momentos, pero que conserva su emotividad y profunda admiración por Tommy y su The Room. Y consigue sembrar en el espectador la necesidad (sea por morbo, curiosidad o mero entusiasmo) de acercarse a la obra original.
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